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Los secretos están de moda

- Marzo 14

@Pontifex ya no tuitea más. Su millón y medio de seguidores esperaron al nuevo Papa, Jorge Bergoglio, sin saber si conservará ese mismo usuario o lo cambiará por otro. En realidad, tampoco se sabe demasiado sobre la sucesión. Ni sobre la renuncia de Benedicto XVI. Los secretos se pusieron de moda.

Joseph Ratzinger anunció su salida de la Santa Sede sin haber enviado antes ninguna señal. Nada, no se filtró ni un detalle. En la era de la revolución tecnológica, en la que las redes sociales funcionan como amplificadores inmediatos de cuestiones urgentes, nadie pudo anticipar la gran noticia del año.

¿Cuánto tiempo antes lo decidió? ¿A quién se lo comentó? ¿Cómo decidió el momento exacto para dar a conocerlo?
 
Si hubo rumores, se frenaron. Si hubo reuniones, nunca salieron a la luz. Si hubo consultas, se guardaron. Suena increíble para el 2013 de aplicaciones infinitas y futuro entre las manos, pero fue así.
 
Algo similar ocurrió con la muerte de Hugo Chávez. Mejor dicho, con su enfermedad. Su entorno decidió trasladarlo a Cuba para blindar la información a su alrededor y evitar que se desencadenaran hechos políticos difíciles, por no decir imposibles de manejar. Es decir, se puso la política por encima de la salud.

El chavismo podría haber licuado buena parte de su poder de haberse filtrado la condición real del entonces presidente. ¿Cuántos hubieran reclamado elecciones anticipadas? ¿Cuántos hubieran denunciado un vacío de poder?
 
Las respuestas pueden estar en un próximo WikiLeaks, aunque a juzgar por el nivel de rigor y detalle de la jugada, tampoco eso es seguro.
 
La creación de una realidad diferente, con un Chávez en tratamiento, dando pelea y órdenes por igual, fue el corazón de la campaña con la que Nicolás Maduro aspira ahora a ser el sucesor.
 

Buena parte de esa estrategia se jugó el mismo día de la muerte de Chávez. Su vicepresidente hizo dos salidas a escena. La primera, para denunciar una conspiración. La segunda, para confirmar el trágico desenlace. Fueron dos momentos impactantes, que concentraron toda la atención de la opinión pública, pegada a la televisión.
 
Los venezolanos todavía no saben a ciencia cierta qué cáncer mató a Chávez, ni cuándo lo mató. Sospechan algunos, y en voz baja, que no fue en la fecha que se dio a conocer: ¿Tienen alguna otra forma de chequearlo? No,  al menos por ahora…
 
Como Benedicto, @chavezcandanga supo aprovechar las ventajas de las plataformas sociales, acumuló seguidores y fijó la agenda del mundo con 140 caracteres, o menos, pero a la hora de comunicar sobre sí mismo, eligió el silencio.
 
En ambas situaciones, el mutismo fue posible gracias a un cúmulo de decisiones en pocas manos que se coordinaron efectivamente. Y aunque fue una estrategia peligrosa, funcionó. Imposible de vulnerar, se convirtió en un arma.
 
En el caso del Papa, para no anticipar un debate “electoral” que hubiera paralizado a la Iglesia. En el caso de Chávez, para sacarle varios cuerpos de ventaja a la oposición en la carrera por el próximo presidente.
 
Benedicto XVI y Chávez son de otras generaciones pero se dieron cuenta de los beneficios de esta nueva era. La inmediatez y la sobre información que ayudaron a producir eventos importantes, como la Primavera Árabe, hoy quedaron relegados a la estrategia y la cabeza fría. Uno puede administrar lo que quiere publicar, controlar su propio mundo, pero lo que los otros quieren contar, nunca se pudo.
 
Ahora tengo la respuesta para un amigo que hace un año se preguntaba por qué alguien querría publicar su vida privada. No es toda, sólo la parte que se desee mostrar.


Fuente:
http://opinion.infobae.com/sergio-roitberg/

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